" Una civilización literaria no se construye a base de lecturas, sino de relecturas; quizá hasta una civilización a secas.[...]Releer es esa alianza discorde, reencontrar, reconocer y descubrir a la vez; encontrar lo que la lectura anterior o incluso alguna otra lectura no nos había revelado. El libro releído nos ofrece algo que ninguna lectura, por precisa que sea, podía darnos"./Giorgio Manganelli, 1990

lunes, 6 de diciembre de 2021

Navidad 2021/ Joseph BRODSKY y Paco DE LUCÍA



                                            

25. XII. 1993

¿Qué hace falta para un milagro? A una zamarra de pastor,

un granito de ayer y una pizca de hoy
y mañana, añádeles a ojo
un trocito de espacio y una miga de cielo.

Y el milagro se hará. Porque los milagros
gravitan en torno a la tierra y guardan
nuestras direcciones. Y tanto es su afán por encontrarnos
que incluso en el desierto dan con quien lo habita.

Y, si dejas tu casa, al despedirte,
enciende la estrella de cuatro velas
para que ilumine el mundo vacío, y te siga
con su mirada por los siglos de los siglos.

                                                                                 1993

viernes, 20 de agosto de 2021

Kerstin Brätsch artista visual

 





Hace más de un siglo comenzó  a resquebrajarse el Arte Occidental tal como se pensó en el Renacimiento: el arte mímesis y reproducción de las apariencias y el parámetro de belleza como equilibrio, armonía y proporción. Ese modelo aún lo tuvo en cuenta  el Impresionismo pero el Fauvismo,(1905) proclamó la autonomía del color al margen de la naturaleza y el Cubismo (1908), fragmentó la figura y el espacio para introducir el tiempo. En 1909 el Futurismo italiano en el Manifiesto que encabezó Marinetti, entre algunas ideas delirantes, introdujo la velocidad y el dinamismo de la vida moderna y muchos aspectos como el absurdo que recogería y amplificaría  Dadá, que se declararía antiarte mientras el Surrealismo (1924) introduciría  el automatismo psíquico, los sueños y el inconsciente. 
Marcel Duchamp coronó  la ruptura con dos conceptos radicales: "quién es un artista" ( alguien que  se proclama como tal) y "qué es arte" ( aquello que dice un artista que lo es) y de paso con sus "vidrios" dio a la pintura por muerta. 
Y así se llegó al arte llamado abstracto y  al arte conceptual en el que las ideas son más importantes que los objetos realizados, sean pintura, escultura o un conjunto  de todo ello y lleva a esa clase de obras  que hace preguntarse con desconcierto  "¿pero, esto es arte?"

               

Y sin embargo durante el siglo veinte y hasta hoy la pintura ha  sobrevivido metarmofoseándose, buscando otros objetivos, y utilizando otras técnicas y otros materiales, más objetos encontrados, más vídeo, etc... formando el collage de las performances o las instalaciones  multimedia.

Kerstin Brätsch, Hamburgo, 1978, es una de esos artistas que actualmente certifican la vitalidad de la pintura,una artista visual que estudió arte en las universidades de Berlín y Columbia y actualmente reside  en Nueva York  donde   trabaja en dilatar los límites de la pintura, de  la abstracción  y del arte  creando  obras impactantes que no dejan indiferente.   








Su método de trabajo incluye cualquier cosa excepto la pintura con pincel; usa óleo, vidrio, rocas volcánicas, papel de aluminio,tubos de neón... Realiza piezas de gran tamaño que expone de forma especial a menudo sostenidas por imanes y combinándolas en interesantes performances partiendo de el poder del lenguaje y su ambigüedad, buscando expresar conceptos abstractos, el calor, el frío..., utilizando de forma creativa una combinación ,caótica en principio, de materiales con los que crea un universos sofisticado y elegante, inusual.




jueves, 29 de abril de 2021

J.L.BORGES un cuento "El Indigno"




Ricardo Piglia escribió una vez que  Borges era el último escritor argentino del siglo XIX y Arlt el primero del siglo XX. Una broma, porque  Borges es atemporal -y   era ya un clásico en  vida-,   además de ser  uno de los  pesos pesados  de la literatura en español y hasta de  la cultura occidental, tan dilatada y difícil de delimitar...  (quién  no está contaminado de judaísmo, cristianismo, cultura grecorromana y otros gérmenes...)  Pero Piglia posiblemente sólo quería remarcar con esa boutade la calidad y la importancia de Arlt.

Cuando en 1926 apareció en  Buenos Aires su  novela "El juguete rabioso" rompía con el modo de narrar habitual y al no poderla encajar en modelos conocidos  el mundillo literario decidió que Arlt no sabía escribir. Pocos sospecharon que fuera una obra maestra. Pero Borges supo valorarla y muchos años después volvió sobre uno de sus aspectos para escribir "El indigno", uno de sus mejores cuentos.


Norah Borges, 1949?


   
EL INDIGNO

     
    La imagen que tenemos de la ciudad siempre es algo anacrónica. El café ha degenerado en bar; el zaguán que nos dejaba entrever los patios y la parra es ahora un borroso creador con un ascensor en el fondo. Así, yo creí durante años que a determinada altura de Talcahuano me esperaba la Librería de Buenos Aires, una mañana comprobé que la había reemplazado una casa de antigüedades y me  dijeron que don Santiago Fischbein, el dueño, había fallecido. Era más bien obeso; recuerdo menos sus facciones que nuestros largos diálogos. Firme y tranquilo, solía condenar el sionismo, que haría del judío un hombre común, atado, como todos los otros, a una sola tradición y un solo país, sin las complejidades y discordias que ahora lo enriquecen. Estaba compilando, me dijo, una copiosa antología de la obra de Baruch Spinoza, aligerada de todo ese aparato euclidiano que traba la lectura y que da a la fantástica teoría un rigor ilusorio. Me mostró, y no quiso venderme, un curioso ejemplar de la Kabbala denudata de Rosenroth, pero en mi biblioteca hay algunos libros de Ginsburg y de Waite que llevan su sello.
    Una tarde en que los dos estábamos solos me confió un episodio de su vida, que hoy puedo referir. Cambiaré, como es de prever, algún pormenor.
    "-Voy a revelarle una cosa que no he contado a nadie. Ana, mi mujer, no lo sabe, ni siquiera mis amigos más íntimos. Hace ya tantos años que ocurrió que ahora la siento como ajena. A lo mejor le sirve para un cuento, que usted, sin duda, surtirá de puñales. No sé si ya le he dicho alguna otra vez que soy entrerriano. No diré que éramos gauchos judíos; gauchos judíos no hubo nunca. Éramos comerciantes y chacareros. Nací en Urdinarrain, de la que apenas guardo memoria; cuando mis padres se vinieron a Buenos Aires, para abrir una tienda, yo era muy chico. A unas cuadras quedaba el Maldonado y después los baldíos.
    Carlyle ha escrito que los hombres precisan héroes. La historia de Grosso me propuso el culto de San Martín, pero en él no hallé más que un militar que había guerreado en Chile y que ahora era una estatua de bronce y el nombre de una plaza. El azar me dio un héroe muy distinto, para desgracia de los dos: Francisco Ferrari. Esta debe ser la primera vez que lo oye nombrar.
    El borrico no era bravo como lo fueron, según dicen, los Corrales y el Bajo, pero no había almacén que no contara con su barra de compadritos. Ferrari paraba en el almacén de Triunvirato y Thames. Fue allí donde ocurrió el incidente que me llevó a ser uno de sus adictos. Yo había ido a comprar un cuarto de yerba. Un forastero de melena y bigote se presentó y pidió una ginebra. Ferrari le dijo con suavidad:
    -Dígame ¿no nos vimos anteanoche en el baile de la Juliana? ¿De dónde viene?
    -De San Cristóbal -dijo el otro.
    -Mi consejo -insinuó Ferrari- es que no vuelva por aquí. Hay gente sin respeto que es capaz de hacerle pasar un mal rato.
    El de San Cristóbal se fue, con bigote y todo. Tal vez no fuera menos hombre que el otro, pero sabía que ahí estaba la barra.
    Desde  esa tarde Francisco Ferrari fue el héroe que mis quince años anhelaban. Era morocho, más bien alto, de buena planta, buen mozo a la manera de la época. Siempre andaba de negro. Un segundo episodio nos acercó. Yo estaba con mi madre y mi tía; nos cruzamos con unos muchachones y uno le dijo fuerte a los otros:
    Déjenlas pasar. Carne vieja.
    Yo no supe qué hacer. En eso intervino Ferrari, que salía de su casa. Se encaró con el provocador y le dijo:
    Si andás con ganas de meterte con alguien ¿ por qué no te metés conmigo más bien?
    Los fue filiando, uno por uno, despacio, y nadie contestó una palabra. Lo conocían.
    Se encogió de hombros, nos saludó y se fue. Antes de alejarse , me dijo:
    -Si no tenés nada que hacer, pasá luego por el boliche.
    Me quedé anonadado. Sarah, mi tía, sentenció:
    -Un caballero que hace respetar a las damas.
    Mi madre, para sacarme del apuro, observó:
    Yo diría más bien un compadre  que no quiere que haya otros.
    No sé  cómo explicarle las cosas. Yo me he labrado ahora una posición, tengo esta librería que me gusta y cuyos libros leo, gozo de amistades como la nuestra, tengo mi mujer y mis hijos, me he afiliado al partido socialista, soy un buen argentino y un buen judío. Soy un hombre considerado. Ahora usted me ve casi calvo; entonces yo era un pobre muchacho ruso, de pelo colorado, en un barrio de las orillas. La gente me miraba por encima del hombro. Como todos los jóvenes, yo trataba de ser como los demás. Me había puesto Santiago para escamotear el Jacobo, pero quedaba el Fischbein. Todos nos parecemos a la imagen que tienen de nosotros. Yo sentía el desprecio de  la gente y yo me despreciaba también. En aquel tiempo, y sobre todo en aquel medio,era importante ser valiente; yo me sabía cobarde. Las mujeres me intimidaban; yo sentía la íntima vergüenza  de mi castidad temerosa. No tenía amigos de mi edad.
    No fui al almacén esa noche. Ojalá nunca lo hubiera hecho. Acabé por sentir que en la invitación había una orden; un sábado después de comer, entré en el local.
    Ferrari presidía una de las mesas. A los otros yo los conocía de vista; serían unos siete. Ferrari era el mayor, salvo un hombre viejo de pocas y cansadas palabras, cuyo nombre es el único que no se me ha borrado de la memoria: don Eliseo Amaro. Un tajo le cruzaba la cara, que era muy ancha y floja. Me dijeron , después, que había sufrido una condena.
    Ferrari me sentó a su izquierda; a don Eliseo lo hicieron mudar de lugar. Yo no las tenía todas conmigo.- Temía que Ferrari aludiera al ingrato incidente de días pasados. Nada de eso ocurrió; hablaron de mujeres, de naipes, de comicios, de un payador que estaba por llegar y que no llegó, de las cosas del barrio. Al principio les costaba aceptarme; luego lo hicieron, porque tal era la voluntad de Ferrari. Pese a los apellidos en su mayoría italianos, cada cual se sentía (y lo sentían) criollo y aun gaucho. Alguno era cuarteador o carrero o acaso matarife; el trato con los animales les acercaría a la gente de campo. Sospecho que su mayor anhelo hubiera sido ser Juan Moreira. Acabaron por decirme el Rusito, pero en el apodo no había desprecio. De ellos aprendí a fumar y otras cosas.
    En una casa de la calle Junín alguien me preguntó si yo era amigo de Francisco Ferrari. Le contesté que no; sentí que haberle contestado que sí hubiera sido una jactancia.
    Una noche la policía entró y nos palpó. Alguno tuvo que ir a comisaría; con Ferrari no se metieron. A los quince días la escena se repitió; esta segunda vez arrearon con Ferrari también, que tenía una daga en el cinto. Acaso había perdido el favor del caudillo de la parroquia.
    Ahora veo en Ferrari un pobre muchacho iluso y traicionado; para mí, entonces, era un dios.
    La amistad no es menos misteriosa que el amor o que cualquiera de las otras faces de esta confusión que es la vida. He sospechado alguna vez que la única cosa sin misterio es la felicidad, porque se justifica por sí sola. El hecho es que Francisco Ferrari, el osado, el fuerte, sintió amistad por mí, el despreciable.Yo sentí que se había equivocado y que yo no era digno de esa amistad. Traté de rehuirlo y no me lo permitió. Esta zozobra se agravó por la desaprobación de mi madre, que no se resignaba a mi trato con lo que ella nombraba la morralla y que yo remedaba. Lo esencial de la historia que le refiero es mi relación con Ferrari, no los sórdidos hechos, de los que ahora no me arrepiento. Mientras dura el arrepentimiento dura la culpa.
    El viejo, que había retomado su lugar al lado de Ferrari, secreteaba con él. Algo estarían tramando. Desde la otra punta de la mesa, creí percibir el nombre de Weidemann, cuya tejeduría quedaba por los confines del barrio. Al poco tiempo me encargaron, sin más explicaciones, que rondara la fábrica y me fijara bien en las puertas. Ya estaba por atardecer cuando crucé el arroyo y las vías. Me acuerdo de unas casas desparramadas, de un sauzal y unos huecos. La fábrica era nueva, pero de aire solitario y derruido; su color rojo, en la memoria, se confunde ahora con el poniente. Le cercaba una verja. Además de la entrada principal, había dos puertas en el fondo que miraban al sur y que daban directamente a las piezas.
    Comprendo que tardé en comprender lo que usted ya habrá comprendido. Hice mi informe, que otro de los muchachos corroboró. La hermana trabajaba en la fábrica. Que la barra faltara al almacén un sábado a la noche hubiera sido recordado por todos; Ferrari decidió que el asalto se haría el otro viernes. A mí me tocaría hacer de campana. Era mejor que, mientras tanto, nadie nos viera juntos. Ya solos en la calle los dos, le pregunté a Ferrari:
    -¿Usted me tiene fe?
    -Sí -me contestó-. Sé que te portarás como un hombre.

    Dormí bien esa noche y las otras. El miércoles le dije a mi madre que iba a ver en el centro una vista nueva de cowboys. Me puse lo mejor que tenía y me fui a la calle Moreno. El viaje en el Lacroze fue largo. En el Departamento de Policía me hicieron esperar, pero al fin uno de los empleados, un tal Eald o Alt, me recibió. Le dije que venía a tratar con él un asunto confidencial. Me respondió que hablara sin miedo. Le revelé lo que Ferrari andaba tramando. No dejó de admirarme que  ese nombre le fuera desconocido; otra cosa fue cuando hablé de don Eliseo.
    -¡Ah! -me dijo-.Ese fue de la barra del Oriental.
    Hizo llamar a otro oficial, que era de mi sección, y los dos conversaron. Uno me preguntó, no sin sorna:
    -¿Vos venís con esta denuncia porque te creés un buen ciudadano?
    Sentí que no em entendería y le contesté:
    -Sí, señor. soy un buen argentino.
    Me dijeron que cumpliera con la misión que me había encargado mi jefe, pero que no silbara cuando viera venir a los agentes. Al despedirme, uno de los dos me advirtió:
    -Andá con cuidado. Vos sabés lo que les espera a los batintines.
    Los funcionarios de policía gozan con el lunfardo, como los chicos de cuarto grado. Le respondí:
    -Ojalá me maten. Es lo mejor que puede pasarme.
    Desde la madrugada del viernes, sentí el alivio de estar en el día definitivo y el remordimiento de no sentir remordimiento alguno. Las horas se em hicieron muy largas. Apenas probé la comida. A las diez de la noche fuimos  juntándonos a una cuadra escasa de la tejeduría. Uno de los nuestros falló; don Eliseo dijo que nunca falta un flojo. Pensé que luego le echarían la culpa de todo. Estaba por llover. Yo temí que alguien se quedara conmigo, pero me dejaron solo en una de las puertas del fondo. Al rato aparecieron los vigilantes y un oficial. Vinieron caminando; Ferrari había forzado la puerta y pudo entrar sin hacer ruido. Me aturdieron cuatro descargas.para no llamar a la atención de servicio dejó los caballos en un terreno.Yo pensé que adentro, en la oscuridad, estaban matándose.En eso vi salir a la policía con los muchachos esposados. Después salieron dos agentes, con Francisco Ferrari y don Eliseo amaro a la rastra. Los ardido a balazos. En el sumario se solicitó que resistido la orden de arresto y que fueron los primeros en hacer fuego. Yo sabía que era mentira, porque no los vi nunca con revólver. La policía aprovechó la ocasión para cobrarse una vieja deuda. Días después, me dijeron que Ferrari trató de huir, pero que un balazo bastó.Los diarios, por supuesto, lo convirtieron en el héroe que acaso nunca fue y que yo había soñado.
    A mí me arrearon con los otros y al poco tiempo me soltaron. "

Relacionado,


Jorge Luis Borges, El informe de Brodie , Alianza / Emecé, 1974

domingo, 17 de enero de 2021

Franz KAFKA "En la galería"




Kafka y Chéjov  tan diferentes posiblemente sean los autores que más han influido en otros  escritores desde la aparición de sus obras.

Georges Seurat , El Circo 1891


EN LA GALERÍA

Si  una débil amazona tísica fuese obligada a dar vueltas sin interrupción durante meses en la pista del circo por un despiadado jefe que agita el látigo sobre un caballo que se tambalea, ante un público incansable, aleteando sobre el caballo, echando besos, cimbreando la cintura; y si ese juego se continuase en un futuro gris que una y otra vez se inicia incesantemente, acompañado de aplausos que se extinguen y vuelven a crecer, que son en realidad martinetes de vapor, quizá entonces un joven espectador de la galería se apresuraría a bajar la larga escalera a través de todas las gradas, se precipitaría sobre la pista del circo, y gritaría ¡alto! entre el ruido de las  fanfarrias de la orquesta siempre acorde.

Pero como no es así. Una hermosa dama blanca y roja entra revoloteando  a través de las cortinas que abren ante ella los orgullosos libreados; el director, buscando con fervor sus ojos, respira hacia ella en la postura de un animal, la coloca con precaución sobre el caballo tordo, como si fuera su nieta más querida que parte hacia un peligroso viaje, no puede decidirse a dar la señal con el látigo, finalmente, dominándose a sí mismo, la da restallando; anda parejo a los caballos con la boca abierta; sigue los saltos de la amazona con miradas penetrantes; apenas puede comprender su destreza; intenta prevenirla con gritos en inglés; exhorta furioso a los mozos que sujetan los aros a que presten una extremada atención; ante el gran salto mortal suplica a la orquesta con las manos levantadas que guarde silencio; finalmente desmonta a la pequeña del tembloroso caballo, la besa en ambas mejillas y no considera suficiente ninguna ovación del público, mientras que ella , sujetada por él, de puntillas rodeada de polvo, con los brazos extendidos, la cabeza echada hacia atrás  quiere compartir su felicidad con todo el circo. Como esto es así, el espectador de la galería apoya el rostro en la barandilla y, hundiéndose con la marcha final como en un profundo sueño, llora sin saberlo.              1919

                                
                                     Relacionado:
leer a Franz Kafka vuelve más inteligente?




 Franz Kafka, La metamorfosis y otros relatos, Cátedra