" Una civilización literaria no se construye a base de lecturas, sino de relecturas; quizá hasta una civilización a secas.[...]Releer es esa alianza discorde, reencontrar, reconocer y descubrir a la vez; encontrar lo que la lectura anterior o incluso alguna otra lectura no nos había revelado. El libro releído nos ofrece algo que ninguna lectura, por precisa que sea, podía darnos"./Giorgio Manganelli, 1990

miércoles, 1 de febrero de 2017

Hemingway: La parte sumergida




      Hemingway habla del papel   de "la parte sumergida"en la entrevista de George Plimpton, para The Paris Review,1958:  
"...Si le es útil saberlo, siempre intento escribir con el principio del iceberg. Por cada parte visible, el iceberg tiene otras siete que oculta. Se puede eliminar cualquier cosa conocida y, aún así, se refuerza el iceberg. Lo importante es la parte oculta. Si el escritor omite algo que no conoce, se producen agujeros en su narración." 


En "París era una fiesta" -que a pesar de su brevedad no se acaba nunca, porque en cada relectura sorprende algo sobre lo que parece no haberse detenido lo suficiente-, vuelve a la escritura-iceberg varias veces. También es de interés especial -sobre su concentrada relación con la escritura-, la similitud que establece entre su estilo narrativo y la pintura de Cézanne -que conocía y sabía apreciar-, cuando señala la importancia de encontrar "sencillas frases verídicas", como el pintor de Aix buscaba ,tercamente; "la pequeña sensación verdadera" que le permitiera rehacer pincelada a pincelada la pintura desde el principio:
"...Iba casi cada día por los Cézanne, y por ver los cuadros de Manet y Monet y los demás impresionistas con los que tuve un primer contacto en el Art Institute de Chicago . Iba yo aprendiendo algo en la pintura de Cézanne, y resultaba que escribir sencillas frases verídicas distaba buen trecho de lograr que un cuento encerrara todas las dimensiones que yo quería meterle. Iba aprendiendo mucho de aquel hombre, pero entonces no sabía expresarme bastante como para decírselo a nadie.Además era un secreto." p21  
"Era un cuento muy sencillo titulado Out of Season, en el cual omití el verdadero final, que era que el protagonista se ahorcaba. Lo omití basándome en mi recién estrenada teoría de que uno puede omitir cualquier parte de un relato a condición de saber muy bien lo que uno omite, y de que la parte omitida comunica más fuerza al relato, y le da al lector la sensación de que hay más de lo que se ha dicho". 
"Bueno, pensé, así me salen los cuentos ahora, que nadie los entiende. Si algo hay seguro, es esto. El hecho cierto es que no hay ninguna demanda por mis cuentos. Pero un día llegarán a entenderlos, como pasa siempre con la pintura. Sólo hace falta tiempo, y sólo hace falta confianza."p.76    
      
                              
                                          

     OUT OF SEASON/ FUERA DE TEMPORADA


Con las cuatro liras que había ganado cavando el jardín del hotel, Peduzzi cogió una buena borrachera. Vio al señorito que bajaba por el sendero, y le habló en un tono misterioso. El señorito le dijo que no había comido, pero que estaría preparado para salir en cuanto hubiera acabado el almuerzo. Cuarenta minutos o una hora.
   En la cantina que había cerca del puente le fiaron tres grapas más porque se mostró muy confiado al referirse al trabajo que tenía para la tarde. Era un día de viento;el sol salía de detrás de las nubes y luego caía un chaparrón y lo ocultaba. Un día maravilloso para pescar truchas.
   El señorito salió del hotel y le preguntó por las cañas. ¿Y si su esposa iba detrás con las cañas? "Sí,-dijo Peduzzi-,que nos siga".El señorito volvió al hotel y habló con su mujer. Él y Peduzzi se fueron carretera abajo. El señorito llevaba una mochila sobre los hombros. Peduzzi vio a la mujer que parecía tan joven como su marido y llevaba botas de montaña y una boina azul, echar a andar tras ellos carretera abajo, llevando las cañas de pescar sin ensamblar, una en cada mano.-Signorina -la llamó, guiñándole el ojo al señorito-,acérquese y camine con nosotros. Signora, venga aquí.Caminemos todos juntos.-Peduzzi quería que los tres bajaran juntos la calle de Cortina.   La mujer se quedó rezagada , siguiéndolos bastante huraña.-Signorina -la llamó cariñosamente Peduzzi-, venga aquí con nosotros.-El señorito se volvió y gritó algo. La mujer dejó de ir rezagada y los alcanzó.
   Peduzzi saludaba profusamente a todo aquel que encontraba en la calle principal del pueblo. Buon dì, Arturo!Levantaba el sombrero. El empleado del banco se lo quedó mirando desde la puerta del café fascista.Grupos de tres o cuatro personas, delante de las tiendas se quedaban mirando al trío. Los albañiles, que trabajaban en los cimientos del nuevo hotel con sus chaquetas llenas de polvo, levantaron la vista a su paso. Nadie les dirigió la palabra ni les hizo ademán alguno a excepción del mendigo del pueblo, viejo y enjuto, con la barba incrustada de saliva, que levantó el sombrero cuando pasaron.   Peduzzi se detuvo delante de una tienda cuyo escaparate estaba lleno de botellas y sacó su botella vacía de grapa del interior de su vieja chaqueta militar.- Algo para beber, un poco de marsala para la signora, algo, algo para beber.-Hizo gestos con la botella. Era un día maravilloso-.Marsala, ¿le gusta el marsala, signorina? ¿Un poco de marsala?La mujer seguía malumorada.   -Tendrás que arreglártelas tú solo -dijo- No entiendo una palabra de lo que dice. Está borracho, ¿verdad?   El señorito parecía no oír a Peduzzi. Pensaba:¿por qué demonios menciona el marsala? Eso es lo que bebe Max Beerbohm.   -Geld-dijo por fin Peduzzi, agarrando al señorito de la manga-.Lire.-Sonrió, reacio a insistir en el tema, pero con la necesidad de hacer actuar al señorito.   El señorito sacó la cartera y le entregó un billete de diez liras. Peduzzi subió los peldaños que conducían a la puerta de la tienda Especialidad en Vinos Nacionales y Extranjeros. Estaba cerrada.   -Está cerrado hasta las dos -dijo con desdén alguien  que pasaba por la calle. Peduzzi bajó los peldaños. Estaba ofendido.   -Tanto da -dijo-, podemos conseguirlo en la Concordia.   Se dirigieron hasta la Concordia de tres en fondo.En el porche de la Concordia, donde se apilaban los trineos oxidados, el señorito dijo:   -Was wollen Sie?   Peduzzi le entregó el billete de diez liras doblado y redobla.     -Nada -dijo-, lo que sea. -Estaba avergonzado-. Marsala, quizá. No lo sé. ¿Marsala?   La puerta de la Concordia se cerró detrás del señorito y su esposa.   -Tres marsalas -le dijo el señorito a la chica que había detrás del mostrador.   -Querrá decir dos -dijo ella.   -No -dijo-, una para un vecchio.   -Oh -dijo-, un vecchio.Rió y bajó la botella. Sirvió tres bebidas de aspecto turbio en tres vasos. La mujer estaba sentada a la mesa, bajo la línea de periódicos que colgaban en la pared. El señorito colocó uno de los marsala delante de ella.   - Más vale que te lo bebas -dijo-,puede que te haga sentir mejor.   Ella estaba sentada, mirando el vaso. El señorito salió del local con un vaso para Peduzzi, pero no lo vio.   -No sé dónde está -dijo, volviendo a la pastelería con el vaso.   -Quería un cuarto -dijo la mujer.   -¿Cuánto vale un cuarto de litro? -le preguntó a la chica el señorito.   -¿Del bianco? Una lira.   -No, del marsala. Vierta también estos dos -dijo, entregándole su vaso y el que había servido para Peduzzi. La muchacha llenó la medida de cuarto de litro de vino con un embudo-. Una botella para llevarlo -dijo el señorito.   La muchacha se fue  a buscar una botella. Todo aquello la divertía.   -Lamento que te sientas y tan mal, Tiny -dijo el señorito-.Lamento haberte hablado como lo hice en la comida.Los dos llegasmos a la misma conclusión desde ángulos diferentes.   -Me da igual -dijo ella-. Ahora ya todo me da igual.   -¿Tienes frío? -preguntó él-.Ojalá te hubieras traído otro suéter.   -Llevo puestos tres suéteres.   La chica de la pastelería regresó con una botella marrón muy delgada y vertió el marsala en su interior. El señorito le pagó cinco liras más. Salieron por la puerta. Todo aquello divertía a la chica. Peduzzi caminaba arriba y abajo al otro extremo de la calle, a resguardo del viento, con las cañas en la mano.   -Vamos -dijo-, yo llevaré las cañas. ¿Qué más da que alguien las vea? Nadie nos molestará. Nadie se va a meter conmigo en Cortina. Conozco a todo el municipio. He sido soldado. Aquí me conoce todo el mundo. Vendo ranas. ¿Que está prohibido pescar? No pasa nada. Es igual. No hay problema. Les digo que hay grandes truchas. Muchísimas.
   Fueron colina abajo en dirección al río. La población quedaba a su espalda. El sol estaba cubierto y lloviznaba.   -Miren -dijo Peduzzi, señalando a una chica que estaba a la puerta de una casa mientras pasaban-.Es mi hija.   -Su médico -dijo la mujer-, ¿tiene que enseñarnos a su médico?*   -Ha dicho que es su hija -dijo el señorito.   La chica entró en la casa cuando Peduzzi señaló.[sic]   Siguieron bajando la colina a través de los campos y luego viraron para seguir la rivera del río. Peduzzi hablaba deprisa., con muchos guiños de complicidad. Mientras caminaban de tres en fondo, el aire echó el aliento de Peduzzi a la cara de la mujer. En otra ocasión él le dio un codacito en las costillas. A veces Peduzzi hablaba en el dialecto de d'Ampezzo y a veces en el dialecto alemán del Tirol. No sabía cuál de los dos comprendían mejor el señorito y su mujer, de modo que se había pasado al bilingüismo. Pero cuando el señorito dijo "Ja,ja", Peduzzi decidió hablar sólo en tirolés. El señorito y su esposa no entendían nada.   -Todo el mundo nos ha visto pasar con estas cañas. Probablemente ahora nos esté siguiendo un guardabosque. Ojalá no nos hubiéramos metido en esta bobada. Y encima este maldito cretino está borracho perdido.   -Naturalmente no tienes arrestos para dar la vuelta -dijo la mujer-.Naturalmente tienes que seguir adelante.   -¿Por qué no regresas tú? Vuelve Tiny.   -Pienso quedarme contigo. Si han de meterte en la cárcel, que nos metan a los dos.
   Giraron bruscamente en la ribera y Peduzzi se quedó inmóvil, con el abrigo agitándose al viento, gesticulando en dirección al río. Era marrón y fangoso. Un poco más a la derecha había un vertedero.   -Dímelo en italiano -dijo el señorito.   -Un'mezz'ora.Piu d'un'mezz'ora.   -Dice que falta al menos media hora. Vuelve Tiny. De todos modos , con este viento vas a pasar frío. Hace un día de perros, y de todos modos tampoco vamos a pasarlo bien.   -Muy bien -dijo ella, y trepó por la ribera cubierta de hierba.   Peduzzi estaba en el río y no se dio cuenta de que la mujer se iba hasta que estuvo arriba, casi fuera del alcance de su vista.   -Frau! -le gritó-.Frau! Fraülein! No vaya.   La mujer rebasó la cima de la colina.   -¡Ha desaparecido!-dijo. Eso pareció impresionarlo.   Quitó las gomas elásticas que mantenían unidas las diferentes partes de las cañas y comenzó a montar una.   -Pero si acaba de decir que faltaba media hora.   -Oh, sí. Otra buena media hora. Pero este sitio también es bueno.   -¿De verdad?   -Claro. Este sitio es bueno, y el otro también.
   El señorito se sentó en la orilla y montó una de las cañas, puso el carrete e hizo pasar el sedal por las guías. Se sentía incómodo, y le daba miedo que en cualquier momento apareciera un guardabosque o una cuadrilla de ciudadanos. Se veían las casas de la población y el campanario sobre el borde de la colina.Sacó su caja de hijuelas. Peduzzi se inclinó hacia delante e introdujo el pulgar y el índice, duros y planos, y enmarañó las hijuelas humedecidas.   -¿Tiene algún plomo?   -No.   -Tiene que tener algún piombo. Un poco de piombo. Aquí. Justo encima del anzuelo, o el cebo flotará en el agua. Lo necesita. Solo un poco de piombo.   -¿Usted tiene?   -No. -Peduzzi buscó desesperadamente en sus bolsillos. A través de la tela cribó la borra que había en el forro de los bolsillos militares interiores-. No me queda. Necesitamos piombo.   -Entonces no podemos pescar -dijo el señorito, y desmontó la caña, enrollando el sedal a través de las guías-. Mañana conseguiremos algo de piombo y pescaremos.   -Pero escúcheme, caro, debe tener piombo.Si no la hijuela quedará plana sobre el agua. -A Peduzzi el día se le iba haciendo añicos ante sus ojos-.Debe tener piombo. Con un poco basta. Su material está limpio y nuevo, pero no tiene plomo. Yo podría haber traído. Me dijo que tenía de todo.   El señorito miró el riachuelo descolorido por la nieve que se derretía.  
-Lo sé -dijo-, mañana conseguiremos un poco de piombo y pescaremos.   
-¿A qué hora de la mañana? Dígamelo. 
        -A las siete.  
Salió el sol.Era cálido y agradable. El señorito se sintió aliviado. Ya no estaba quebrantando la ley. Sentado en la ribera, sacó la botella de marsala del bolsillo y se la pasó a Peduzzi. Peduzzi se la devolvió.   -Beba -dijo-,beba. Es su marsala.
Después de otro trago, el señorito le entregó la botella.Peduzzi la había estado observando atentamente. Cogió la botella apresuradamente y la inclinó. Los pelos grises en los pliegues de su cuello oscilaron mientras bebía, con los ojos fijos en el extremo de la estrecha botella marrón. Se bebió todo el marsala. El sol brillaba mientras bebía. Era maravilloso. Después de todo era un día estupendo. Un día maravilloso.   -Senta, caro! Por la mañana a las siete.- Había llamado varias veces caro al señorito y no había pasado nada. Era un buen marsala. Le relucían los ojos. Tenía muchos días como ese por delante. Comenzaría a las siete de la mañana.   
Empezaron a subir la colina hacia la ciudad. El señorito iba delante. Ya había subido un buen trecho de la colina. Peduzzi lo llamó.   -Escuche, caro, ¿me haría el favor de prestarme cinco liras?   -¿Para hoy? -preguntó el joven frunciendo el entrecejo.   -No, no para hoy. Démelas hoy para mañana. Mañana yo traeré todo. Pane, salami, formaggio, cosas buenas para todos. Usted, yo y la signora. Cebo para pescar, pececillos, no solo gusanos. A lo mejor puedo conseguir un poco de marsala. Todo por cinco liras. Cinco liras, por favor.   El señorito buscó en su cartera y sacó un billete de dos liras y dos de uno.   -Gracias, caro. Gracias -dijo Peduzzi, con el mismo tono en que un miembro del Carleton Club acepta el Morning Post que le ofrece otro miembro. Eso era vida. Se había acabado trabajar en el jardín del hotel, partiendo estiércol helado con un bieldo. La vida estaba llena de posibilidades.   -Hasta las siete en punto, entonces, caro -dijo, dándole una palmada en la espalda al señorito.   -A lo mejor no voy -dijo el señorito, metiéndose la cartera en el bolsillo.   -¿Qué? -dijo Peduzzi-. Traeré pececillos para el cebo, signor. Salami, de todo. Usted y yo y la signora. Los tres.   -A lo mejor no voy -dijo el señorito-, lo más probable es que no vaya. Le dejaré un recado al padrone en la recepción del hotel.



Ernest Hemingway, Cuentos, Lumen, 2007